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La espiritualidad del cuerpo

Resulta un hecho aplastantemente objetivo el que en nuestra sociedad occidental impere la dominancia de la mente sobre el cuerpo, es decir, el pensar por encima del sentir, relegando a éste último a algo considerado molesto, doloroso e, incluso, indigno o vergonzoso. El cuerpo está asociado a tantos tabués y creencias perniciosas que sería preciso un libro entero para reflexionar sobre ello.


Hemos castrado nuestra capacidad de sentir, nos hemos dicho que nuestro cuerpo es algo banal e impuro, siendo solo un trozo de carne donde la medicina moderna se empeña en "experimentar" con toda clase de tratamientos químicos, radioactivos o quirúrgicos que, en muchas ocasiones, no son otra cosa que un acto de agresividad contra algo que tememos o desconocemos.


Siguiendo con estas reflexiones, vemos que la espiritualidad se convierte en un fenómeno intelectual, se torna más bien una creencia, en lugar de ser una fuerza vital, una vibración que nace de dentro, un sentir interno que no encaja en palabras, porque es algo más experiencial que mental. Entonces, nos desconectamos de nuestros propios cuerpos, y los convertimos en trozos de carne y hueso que se mueven mecánicamente, sin gracia ni espontaneidad, sin armonía ni flexibilidad.


Cuando llevamos toda una vida arrastrando nuestro cuerpo con la mente, vamos perdiendo vitalidad hasta llegar al punto de empezar a enfermar, porque esta pérdida de energía vital repercute también en nuestro estado psicoemocional, cuya alteración perjudica nuevamente nuestro estado físico, como un eterno bucle cuya dirección es el dolor y el sufrimiento.


Nos olvidamos que tenemos sentimientos, nos olvidamos que tenemos sensaciones físicas, cosa que las máquinas no tienen, pese que nos tratamos más como máquinas que como cuerpos llenos de energía. Perdemos el contacto con nosotros mismos cuando relegamos el cuerpo a un segundo plano, y ésta desconexión nos lleva a un aislamiento de nuestra propia naturaleza, dando como resultado una gran pertubación de la salud.


Objetivamente la salud mental se refleja en nuestro cuerpo, en el brillo de los ojos, en el color de nuestra piel, en la armonía de nuestros movimientos y en la gracia que desprendemos a través de nuestro físico. Es muy claro el ejemplo de un esquizofrénico, cuya mirada está ausente o incluso vacía de vitalidad.


En Oriente contemplan la espiritualidad desde puntos de vista diferentes, asociándola al fenómeno corporal, manifestando un mayor respeto por la naturaleza, e impulsando ejercicios físicos que reflejan el interés integral por la persona, en contraste con los ejercicios que se realizan en Occidente: con pesas u otros aparatos, como si fueran simples máquinas para mantenerse "en forma".


Cuando nacemos estamos rebosantes de armonía y vitalidad. Los niños van perdiendo su gracia y espontaneidad a medida que van cargando con todas las prohibiciones y mandatos de sus padres y de la sociedad que los rodea.Nuestros cuerpos reflejan nuestras experiencias, tanto es así que, a veces, es algo literal.


Cuando el espíritu mueve al cuerpo, éste palpita de excitación y salta de entusiasmo, o fluye suavemente en tranquilidad. Es preciso integrar mente y cuerpo en un trabajo diario, uniéndolo a través de la energía, para sentirnos en conexión con nosotros mismos de forma completa y, a su vez, con esa fuerza superior que impera en nuestras vidas y nos conecta con lo divino.


Por Gisela López, psicóloga y terapeuta Gestalt.

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